miércoles, 8 de mayo de 2024

Muchos habitantes de Yegen piensan que Gerald Brenan recibió de los vecinos mucho más que lo que él dio a cambio

Noticia extraída del Periódico IDEAL

gerald breananA Yegen, otro núcleo de Alpujarra de la Sierra, hay que acercarse despacio, con lentitud de arcaduz de noria, al caer las postreras horas del día y por la carretera que viene de Mecina Bombarón, con la Contraviesa a la derecha. El viajero de la rempuja así lo sabe y con paso lento y silencioso, para no desvelar el encantamiento en que se halla sumido este pueblo, baja la cuesta áspera que lleva a la balsa y la Fuente de los Tres Caños.

-Aquí hubo un niño alemán que no pronunciaba bien el español y decía la Fuente de los Tres Coños. ¡Qué joío! -informa al viajero Paco Rodríguez, que fue celador-conductor del Centro de Salud de Ugíjar y que ahora está jubilado.

-Lo del Barrio Bajo, Paco, dicen que son más alegres y divertidos que los del Barrio Alto, que están amargaos. Al menos eso me han dicho.

-Le han engañao. Yo soy del Barrio Alto y me gusta mucho el cachondeo.

La conversación entre Paco y el viajero sucede al lado de la fuente de los tres coños, perdón, de los tres caños, justo enfrente de la balsa de agua, que antes estaba al aire libre y que ahora han tapado y adornado con una imitación de la Fuente de los Leones alhambreña.

La tarde ha dado ya todo lo que tiene de sí y los vecinos de Yegen comienzan a sacar las sillas a la puerta para tomar el fresco. En la puerta de la pensión La Fuente hay varios que hablan de calores, cosechas y de lo mal que esta este año la cosa, que hasta han venido menos «forasteros».

Por la fuente pasa una mujer que se llama Mari que va a darle de beber a su burro Relámpago.

-Mire, ese es el único burro que hay ya en el pueblo -informa al viajero Paco.

-¿Es vedad que el suyo es el único burro que queda ya en Yegen? -le pregunto a Mari.

-Bueno? de cuatro patas, sí.

El viajero ha pernoctado más de una vez en esa pensión, que tiene sábanas que huelen a limpio y que atiende Eduardo Moreno, que en sus ratos libres saca los pinceles y se pone a pintar. En el bar, hay fotografías antiguas y un dibujo al carboncillo de un señor mayor con aspecto desaliñado. Pregunto si es Gerald Brenan y entonces se inicia una tertulia en torno al hispanista que ni las que se emiten en Intereconomía en los días pares. Uno de los parroquianos, que se llama Manuel y que no puede hablar porque está operado de garganta, dice con la cabeza que aquel que está pintado sí es Brenan y después de señalarlo se pasa el índice extendido por el cuello en clara alusión a que a ese señor deberían cortarle la cabeza. Enseguida otro parroquiano me quiere explica el gesto de Manuel.

-Es que aquí, ¿sabe usted?, todavía hay mucha gente que no quiere saber nada de Gerald Brenan. Por lo que le hizo a la Juliana.

-Yo creo que deberíamos olvidar ya todo eso, pasar página, y aprovecharnos de su faman para el bien del pueblo. Ese escritor, para bien o para mal, lleva muerto muchos años. Pero una cosa es impepinable, mucha gente conoce hoy la Alpujarra y Yegen gracias a él -opina otro parroquiano.

-El Ayuntamiento ha intentado suavizar las cosas y le ha puesto una plaza a Juliana. Fue hace un par de años y hasta vino el hijo de Juliana. Pero lo que está claro es que hay todavía muchos vecinos que no quieren olvidar -dice un tercero.

Les informo a mis colegas de tertulia que yo participé en aquel acto, invitado por el alcalde de Alpujarra de la Sierra, José Antonio Gómez, y que fue muy emotivo porque de lo que se trataba era de reivindicar la figura de Juliana, la criada menor de edad que embarazó el hispanista y a la que luego le quitó la hija. En ese homenaje yo leí un texto del periodista y amigo Antonio Ramos en el que se contaba la trágica historia de la muchacha.

Lo que yo leí y lo que da para el argumento de una película más creíble, no la que hizo Colomo, lo resumí en una ocasión en una columna que dediqué a Juliana.

Corría el año 1919 cuando un joven inglés bien parecido y de familia de posibles, llega a un pueblo de la Alpujarra llamado Yegen, al que nadie situaba en el mapa. El señorito inglés, que luego sería un escritor famoso e hispanista célebre , se queda prendado, enganchado al pensamiento de poseer a una muchacha de 15 años del pueblo llamada Juliana, más pobre que una rata pero con unos ojos y una figura capaces de mojar los sueños del extranjero. Total, que al final el inglés le hace una barriga a la muchacha y se larga a su país. Vuelve a los tres años y ve que el fruto de aquella relación había sido una preciosa niña rubia y de ojos azules de nombre Elena. El inglés, que ya se había casado en su país, convence a Juliana para que le entregue a la niña con el argumento de que con él iba a tener un mejor futuro. La madre al final acepta con la esperanza de seguir viendo a su hija. Pero ya no la verá más porque será llevada a Inglaterra. Elena cambiará de nombre, crecerá, se casará, tendrá hijos y se morirá sin conocer a su verdadera madre porque su padre nunca se lo permitiría. En cuanto a la alpujarreña, que se vio obligada a dejar el pueblo tras el escándalo que había originado su pecado, se instaló en Granada, donde las pasó canutas para sobrevivir y sacar adelante a los cuatro hijos que tuvo posteriormente.

Dicen que Juliana iba muchos días por la Alcaicería y se fijaba en todas las guiris rubias por si alguna se parecía a su querida hija. Hasta que se quedó ciega y perdió toda la posibilidad de ver de nuevo a Elena. Años después el inglés tendrá todos los honores. Sus escritos serán muy conocidos e incluso le hicieron una película («Al sur de Granada») en la que Juliana no salía bien parada. El asunto de la muchacha preñada por el escritor había sido tratado muy a la ligera en la cinta e incluso desde un punto de vista cómico, cuando en realidad había sido una tragedia. Por eso los yegeros que han visto la película dicen que no les gusta. El escritor Paco Izquierdo dice en su libro sobre la Alpujarra que Brenan «recibió mucho más de los vecinos de Yegen, incluso el respeto, que lo que él diera a cambio».

De todas maneras, el pueblo oficial ha intentado sacarle partido a la fama del hispanista y le ha dedicado un sendero (por donde él iba a pasear todas las mañanas), un puesto de información turística, un museo en una casa que tuvo al principio y una calle. Juliana tiene al fin su plaza en el barrio Bajo y una placa en la que dice: «A Juliana Martín Pelegrina, que fue la «sal» en la vida del escritor Gerald Brenan».

 

Fuente: ideal.es


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